ORIGEN DE LAS LEYENDAS ECUATORIANAS
Las leyendas
ecuatorianas en su mayoría tienen su origen en época de la conquista española.
Nace de anécdotas y experiencias de celebres personajes de ese tiempo que al
ser transmitidos de una a otra persona el ingenio popular va dejando sus
huellas hasta convertirla en una historia un tanto real y un tanto ficticia,
que se han ido contando de generación en generación.
LEYENDAS QUITEÑAS
CANTUÑA
Famosa es la leyenda que cuenta cómo el convento de San Francisco de Quito fue
construida por Cantuña mediante pacto con el diablo. Ésta relata cómo Cantuña
contratista, atrasado en la entrega de las obras, transó con el maligno para
que, a cambio de su alma, le ayudara a trabajar durante la noche. Numerosos
diablillos trabajaron mientras duró la oscuridad para terminar la iglesia. Al
amanecer los dos firmantes del contrato sellado con sangre: Cantuña por un
lado, y el diablo por el otro, se reunieron para hacerlo efectivo.
El indígena, temeroso y resignado, iba a cumplir su parte cuando se dio cuenta
de que en un costado de la iglesia faltaba colocar una piedra; cuál hábil
abogado arguyó, lleno de esperanza, que la obra estaba incompleta, que ya
amanecía y con ello el plazo caducaba, y que, por lo tanto, el contrato quedaba
insubsistente .
Ahora bien, la historia, a pesar de haber contribuido al mito, es algo
diferente. Cantuña era solamente un guagua de noble linaje, cuando Rumiñahui
quemó la ciudad. Olvidado por sus mayores en la historia colectiva ante el
inminente arribo de las huestes españolas, Cantuña quedó atrapado en las llamas
que consumían al Quito incaico.
La suerte quiso que, pese a estar horriblemente quemado y grotescamente
deformado, el muchacho sobreviva. De él se apiadó uno de los conquistadores
llamado Hernán Suárez, que lo hizo parte de su servicio, lo cristalizó, y,
según dicen, lo trató casi como a propio hijo. Pasaron los años y don Hernán,
buen conquistador pero mal administrador, cayó en la desgracia. Aquejado por
las deudas, no atinaba cómo resolver sus problemas cada vez más acuciantes.
Estando a punto de tener que vender casa y solar. Cantuña se le acercó
ofreciéndole solucionar sus problemas, poniendo una sola condición: que haga
ciertas modificaciones en el subsuelo de la casa.
La suerte del hombre cambió de la noche a la mañana, sus finanzas se pusieron a
tal punto que llegaron a estar más allá que en sus mejores días. Pero no hay
riqueza que pueda evitar lo inevitable: con los años a cuestas, al ya viejo
guerrero le sobrevino la muerte. Cantuña fue declarado su único heredero y como
tal siguió gozando de gran fortuna. Eran enormes las contribuciones que el
indígena realizaba a los franciscanos para la construcción de su convento e
iglesia. Los religiosos y autoridades, al no comprender el origen de tan
grandes y piadosas ofrendas, resolvieron interrogarlo. Tantas veces acudieron a
Cantuña con sus inoportunas preguntas que éste resolvió zafarse de ellos de una
vez por todas. El indígena confesó ante los estupefactos curas que había hecho
un pacto con el demonio y que éste, a cambio de su alma, le procuraba todo el
dinero que le pidiese.
Algunos religiosos compasivos intentaron el exorcismo contra el demonio y la
persuasión con Cantuña para que devuelva lo recibido y rompa el trato. Ante las
continuas negativas, los extranjeros empezaron a verlo con una mezcla de miedo
y misericordia. A la muerte de Cantuña se descubrió en el subsuelo de la casa,
bajo un piso falso, una fragua para fundir oro. A un costado había varios
lingotes de oro y una cantidad de piezas incas listas para ser fundidas.
EL PADRE ALMEIDA
En
el convento de San Diego vivía hace algunos siglos un joven sacerdote,
el padre Almeida, cuya particularidad era su afición al aguardiente y la
juerga.
Cada
noche, el padre Almeida sigilosamente iba hacia una pequeña ventana que
daba a la calle, pero como ésta se hallaba muy alta, él subía hasta
ella apoyándose en la escultura de un Cristo yaciente. Se dice que el
Cristo, cansado del diario abuso, cada noche le preguntaba al
juerguista: "hasta cuando padre Almeida"…a lo que él respondía: "hasta
la vuelta, Señor"
Una
vez alcanzada la calle, el joven sacerdote daba rienda suelta a su
ánimo festivo y el aguardiente corría por su garganta sin control
alguno…con los primeros rayos del sol volvía al convento.
Aparentemente,
los planes del padre Almeida eran seguir en ese ritmo de vida
eternamente, pero el destino le jugó una broma pesada que le hizo
cambiar definitivamente. Una madrugada, el sacerdote volvía
tambaleándose por las empedradas calles quiteñas rumbo a su morada,
cuando de pronto vio que un cortejo fúnebre se aproximaba. Le pareció
muy extraño este tipo de procesión a esa hora y como era curioso,
decidió ver en el interior del ataúd, y al acercarse observó su cuerpo
en el féretro.
El susto le quitó la borrachera. Corrió como un loco al convento, del que nunca volvió a escaparse para ir de juerga.
LA BELLA AURORA
Esta es una
de las leyendas más famosas de la ciudad de Quito. Y, según cuenta la
historia, todo empezó en la Plaza de La Independencia cuando allí aún no
existía ningún monumento.
En este lugar vivía Bella Aurora, una hermosa joven que asistió con sus padres a una corrida de toros.
Según cuentan quienes asistieron a esa corrida, nadie sabe de dónde
salió un toro negro que se acercó a Bella Aurora de manera muy extraña.
La observó fijamente e hizo que la niña espantada se desmayara del
miedo.
Sus padres desesperados salieron inmediatamente del lugar, llevándola a
su hogar y pidiendo ayuda a un doctor que no se explicaba el por qué
Bella Aurora no podía reaccionar desde aquel susto.
El toro al no ver a la niña en la Plaza, saltó la barrera dirigiéndose a la casa 1028, donde vivía Bella Aurora.
El animal entró en su casa y lleno de furia tumbó la puerta de su habitación.
La joven, que aún continuaba en un estado de nervios, solo alcanzó a gritar y él la embistió, acabando con su vida.
Hasta ahora nadie sabe de dónde salió ese extraño toro y por qué atacó a
la niña. Al parecer ese será un mito que nunca podremos descubrir.